BIENESTAR FÍSICO
Cuando el deporte une lo que el mar acaricia

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El técnico del Jimbee Cartagena, leyenda de ElPozo Murcia, compartió con CaixaBank su visión sobre liderazgo, motivación y equipo
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En el Aula de Cultura del Palacio Pedreño de Cartagena se han reunido los equipos de CaixaBank de diversos puntos de la Región de Murcia. No es un vestuario, tampoco un despacho.
Es un escenario diferente donde, de pronto, aparece un hombre que lleva más de dos décadas interpretando los silencios y los sonidos del fútbol sala: Eduardo São Thiago Lentz, aunque nadie lo llama así. Para todos es simplemente Duda, y esa palabra, corta y rotunda, basta para evocar respeto.
En esta tierra hay un puerto que es algo más que una carretera que se retuerce entre curvas. El Puerto de la Cadena es frontera y pasillo, unión y distancia. A un lado, Murcia; al otro, Cartagena. Dos ciudades que se miran como hermanas que discuten por todo y, sin embargo, no saben vivir separadas. Rivalidades deportivas, comparaciones inevitables, orgullos que a veces pesan como piedras.
Y en medio de ese paisaje de equilibrios y recelos aparece Duda, capaz de algo casi imposible: ser querido en los dos lados, abrazado por dos aficiones que rara vez aplauden lo mismo.
Y es que Duda es un rara avis en un mapa deportivo que suele dividir más que unir. Una de las grandes leyendas de ElPozo Murcia F.S., club al que dio títulos primero como jugador y después como entrenador durante casi dos décadas.
Allí forjó su prestigio, su manera de entender el juego y la vida. Hoy, sin embargo, dirige al Jimbee Cartagena F.S., el rival vecino, al que ha llevado a conquistar títulos históricos y a soñar en grande.
Pocos pueden presumir de haber dejado huella en los dos equipos que simbolizan la rivalidad más intensa de la Región. En Murcia y en Cartagena, su nombre no despierta rivalidades, sino admiración. Es un hilo invisible que cose con respeto lo que tantas veces se separa con recelo.
No necesita focos ni artificios. Entra con la calma de quien sabe que las grandes verdades no se gritan. Con voz serena, comienza a hablar a los asistentes de lo que más conoce: de la ilusión, del miedo, de la preparación.
“Hay que tener miedo a perder”, confiesa. No lo dice como un lamento, sino como un motor. El miedo, explica, obliga a estar alerta, a trabajar más, a no dormirse en la comodidad de la victoria. En la sala, acostumbrada a cifras y objetivos, todos entienden la metáfora.
En un momento de la charla deja caer una frase que detiene el aire: “La derrota y la victoria son dos impostores”. La pronuncia con la naturalidad de quien lo ha vivido en carne propia, y en la sala se hace un silencio de esos que enseñan más que mil palabras. Porque ni perder ni ganar son eternos, lo que cuenta es cómo se convive con ellos.
Duda habla de motivación como un traje a medida: “Sacar lo mejor de cada persona y que sienta que es suyo”. A veces, explica, es mejor una charla personal; otras, una arenga grupal.
Y recuerda que las crisis colectivas son más peligrosas que las individuales. También comparte un consejo aplicable dentro y fuera de la cancha: “Durante el partido es un error hablar demasiado; es más rentable esperar en el banquillo, hablar con calma”. Una lección sobre el valor de la pausa frente al impulso.
Con la misma sencillez reconoce que “la exigencia es del directivo, él debe convencer y dar soluciones. Si no lo hace, la culpa es mía”. Un liderazgo que no se mide por órdenes, sino por la capacidad de inspirar. Y cuando menciona que “no hay incompetencia en el mundo, hay gente mal ubicada”, más de uno apunta la frase como quien guarda una brújula para el futuro.
Entre reflexiones sobre victorias y derrotas, también hay espacio para la ternura. Habla de que la cohesión no siempre nace en los entrenamientos. A veces, una barbacoa un viernes en casa une más que una doble sesión. Porque reír juntos baja la tensión y multiplica la confianza.
La lección es sencilla: un equipo no se construye solo en la pista ni en la oficina, también se cimenta en esos espacios donde se comparte la vida. Y es que, el talento necesita cuidado, confianza y el lugar adecuado para brillar.
Para generar confianza, recomienda buscar siempre lo positivo en cada persona. Y recuerda la importancia del segundo entrenador: “No te dice lo que quieres oír. Es honesto, te obliga a superarte, da soluciones y buen feedback”. Una metáfora aplicable a cualquier oficio, a cualquier relación.
La jornada no solo termina con aplausos estridentes, sino también con apretones de manos y la sensación de haber asistido a una clase magistral sin apuntes. Antes de despedirse, Duda deja una última idea que queda suspendida en el aire: “En la vida hay que luchar cada día para no arrepentirnos. Preparados. Hay que tomar decisiones, porque si no, nunca vas a triunfar”.
Lo que queda es la certeza de que se puede ser competitivo sin perder la ternura, liderar sin dejar de ser humilde. Que un hombre, con voz tranquila, puede unir lo que separa una montaña. Y quizá esa sea su victoria más difícil. Y también, la más hermosa.