DESARROLLO PERSONAL
Duda: el entrenador que une lo que separa una montaña
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Treinta atletas de Gipuzkoa corren junto al campeón Reyes Estévez y descubren que lo importante no es llegar, sino compartir
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La tarde en Donostia siempre llega despacio, como si el mar quisiera demorarse un poco más en su conversación con la ciudad. A eso de las seis de la tarde, el cielo se tiñe de oscuro y es la hora en que la ciudad cambia de ritmo.
Los corredores —los de siempre y los de ocasión— asoman entre el rumor de las olas. Hoy, sin embargo, no es una tarde cualquiera. Hoy, treinta personas esperan a un campeón.
CaixaBank organiza una nueva edición de su Social Run, una cita que une deporte, comunidad y bienestar. El anfitrión de lujo es Reyes Estévez, uno de los grandes nombres del atletismo español, un hombre que hizo del 1.500 su terreno de juego, del sufrimiento una forma de arte, y de la humildad su mejor medalla.

Las sillas están dispuestas, sin distancia entre público y protagonista. No hay tarima ni atril: sólo una pantalla. Estévez entra sonriendo, saludando uno a uno, con la sencillez de quien ha corrido en estadios repletos y ahora prefiere las conversaciones cercanas.
Habla sin grandilocuencias. Cuenta que empezó a correr a los nueve años en Cornellà, que los primeros trofeos llegaron cuando el atletismo aún era un juego. Habla también del vértigo de ser medallista mundial, de los entrenamientos imposibles, de las caídas y las vueltas.
Pero, sobre todo, habla del placer de seguir corriendo cuando ya no hay cronómetro de por medio. “Correr bien no es correr más rápido. Es entender qué te mueve, por qué sales a la calle cuando podrías quedarte en casa. Lo demás es técnica y paciencia”, explica Reyes Estévez. Los asistentes escuchan casi hipnotizados. Algunos asienten; otros toman notas mentales, como si esas palabras fueran a servirles mañana en su rutina.
Cuando uno de los asistentes pregunta por su motivación actual, Estévez sonríe. “Yo no corro para ganar. Corro para conectar. Con la gente, con los lugares, conmigo mismo. Y hoy, si os parece, vamos a hacer justo eso”, explica. Un murmullo recorre la sala: la charla ha terminado, pero el mensaje apenas empieza a tomar forma. Afuera, el mar espera.
El grupo sale del centro de Wealth Management con las camisetas azules de la Social Run. El aire huele a sal y a tarde limpia. El plan: un recorrido suave por el Paseo de La Concha y el Paseo Nuevo, con una parada simbólica en el Peine del Viento. Un entrenamiento compartido, más emocional que competitivo.



Estévez se coloca en medio del grupo. Marca el paso, pero sin imponerse. Mira a su alrededor, corrige posturas, lanza consejos breves: “Cadera alta, brazos sueltos… Respira por la nariz, siente el suelo.” La técnica se mezcla con la complicidad. Nadie parece querer adelantarse; todos buscan su ritmo, el de la conversación.
Las gaviotas vuelan bajo, y las olas golpean con fuerza el muro del paseo. Muchos de los runners que tiñen de color el Paseo de La Concha observan al paso de la marea azul. En un tramo junto al puerto, una corredora se atreve a preguntar. “¿Qué se siente cuando suena tu nombre en un estadio lleno?”.
Estévez se ríe y responde sin mirar atrás. “Lo mismo que ahora, sólo que con más ruido. El cuerpo no distingue entre un mundial y una tarde bonita en Donostia”. Ríen todos. El grupo avanza en silencio después, como si esa frase necesitara espacio para asentarse.
En el Paseo Nuevo, el viento sopla fuerte, pero nadie se detiene. Las piernas empiezan a pesar, las respiraciones se vuelven más sonoras, y el grupo se alarga ligeramente. Reyes baja un poco el ritmo y espera a los últimos.
“Esto también es correr bien: saber esperar”, apunta el atleta. Con las farolas a pleno rendimiento, el pelotón avanza ya como una mancha azul que serpentea entre el rumor del mar y el murmullo del tráfico.
El grupo llega al Peine del Viento mientras las olas levantan espuma contra las esculturas de Chillida, y la escena tiene algo de ceremonia. Nadie saca el móvil todavía. Hay un silencio breve, reverente, que lo dice todo. Estévez se acerca a los participantes uno a uno, da la mano, reparte sonrisas y consejos. En ese instante, alguien rompe el silencio con un aplauso, y el resto lo sigue. No hay podio, ni cronómetro, ni tiempos oficiales, pero la sensación de triunfo es unánime.

La Social Run de CaixaBank no es sólo una actividad deportiva: es un recordatorio de que el deporte puede ser comunidad, que las marcas personales no siempre se miden en segundos, sino en historias compartidas.
En tiempos en que el running parece obsesionado con la velocidad y la métrica, esta experiencia ofrece un respiro: un regreso al origen. A la conversación, al paso común, a la emoción de ver el mar mientras los pies dibujan su propio ritmo.
“He ganado muchas medallas, pero las mejores carreras son éstas, las que no se corren para ganar, sino para sentir que seguimos vivos”, explica Estévez.
De vuelta en el centro de Wealth Management de la capital guipuzcoana, los participantes disfrutan de un merecido refrigerio y algunos ya preguntan por la próxima social run.
El cielo, ya completamente oscuro, refleja en el agua la silueta de la ciudad. Donostia se queda en calma, como si acabara de correr también. Y en ese instante, mientras los pasos se disuelven entre el rumor de las olas, queda una certeza: la meta no está al final del camino, sino en cada zancada compartida.